martes, 11 de enero de 2011

Ir a mejor


Muchos de nosotros tenemos cierta conciencia de lo que pasa fuera y dentro de nuestras fronteras (como individuos y como comunidad); de lo que sucede en ese territorio tan inexplorado que es la individualidad personal. Pero (siempre hay peros), creo que el esfuerzo necesario para que esa débil conciencia, que normalmente vive a expensas de influencias mediáticas, pueda inculcarnos la confianza necesaria para desconectarnos del sistema impuesto, es un sacrificio difícil de encarar.

En primer lugar, somos producto de lo que nos rodea, y no puede uno actuar a contracorriente. Lo que nos circunda ("el terreno lo es todo" decía Claude Bernard) es efecto de lo que somos; es decir, que somos todos responsables en cierta medida. 

En segundo lugar, debido a esa responsabilidad, la lucha empieza por alcanzar cierto desapego por nuestros intereses más ocultos, todo lo que tapamos con la vanidad y la hipocresía propias del ser humano (cuestión rebatible, ya que probablemente no hay naturaleza humana propiamente dicha. Todo es producto de la cultura que creamos y que nos imbuye); y esto, es aún más difícil que tomar conciencia. 

Vemos en los demás defectos que nos cuesta asignarnos, y los juzgamos con una inflexibilidad que no utilizamos para medir nuestras propias carencias, pero, afortunadamente tenemos ciertas alternativas para superar el narcisismo producto del "afán de supervivencia". Entre ellas, para mí la primordial, la Empatía. Cuando intentamos ponernos de verdad en el lugar (íntimo y circunstancial) de alguien, comenzamos a entender cuál es la forma de cambiar el mundo: lo que está mal es lo que causa dolor. 

Muchos horrores, que provienen de malversar valores que actualmente hemos convertido en artículos de consumo (la mujer, el medioambiente, la cultura, la salud, la solidaridad…), los erradicaríamos de la sociedad si los asumiéramos como producto de actitudes comunes a la mayoría de las personas. Modos de ser y de pensar, inconfesables en ocasiones, que debemos cambiar evolucionando desde dentro, reforzándolo, además, con acciones concretas, cotidianas, al alcance de cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad. Si no practicamos; aquello que consideramos un desafío, se desvirtúa, se resbala entre los dedos, se escapa su poder activo. Por eso debemos ensayar el ejemplo. ¡Qué reto!


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