lunes, 28 de febrero de 2011

La Espiral 5

Vuelvo al comienzo. O al menos así lo percibo. Qué sensación más subyugante. Algo me presiona la boca del estómago y consigue que las piececillas que articulan mi cuello se agolpen unas contra otras, provocándome un estado de crispación incesante y aparentemente imperceptible, para alguien que me observara, pero que maneja mi modo de relacionarme. Me convierte en un ser anticipado e imprevisible. 




Hoy, a pesar de mi trémulo estado , me he aventurado a salir a la calle. Necesitaba reponer las existencias: Todas; las de comida, las sustancias y la emocionales. Sobre todo éstas. Últimamente no veo casi a nadie, ni siquiera a la persona que atiende mi casa de cuando en cuando y se brinda maternalmente a traerme guisos calientes, que templan mis extremidades y aplacan mi ansiedad (Nunca sé si va a venir o qué día de la semana lo hará, pero siempre procuro evitarla, ya que desde su afición altruista, implora que me cuide y me relacione: “Un muchacho como tú, sin una mujer al lado, es carne de complicaciones”, me alecciona.) 

Habitualmente, al introducirme en el curso real de la vida, la primera impresión que me asalta es la de ser observado; la vergüenza acapara mis determinaciones. Supongo que la inquietud sostenida que me acompaña, espanta a los que se dirigen a mí, y por eso, de antemano, doy por echo que los encuentros con otras personas van a suscitar en éstas, una impresión de mí completamente diferente a lo que pretendo aparentar. 

Esta ilusoria certeza consigue que el contacto con cualquiera sea más bien un encontronazo; que en lugar de frases coherentes, profiera balbuceos apresurados y difícilmente descifrables. Cosa que me ruboriza, y acabo por desistir. Me doy la vuelta repentinamente, disculpándome por mi falta, y busco otro sitio más apropiado, más reservado; donde pueda con suerte hacerme entender. 

Al cabo de un rato, casi siempre, me tranquilizo; lo que intento aparentar cobra autenticidad. Me transformo en lo que probablemente soy: alguien accesible y simpático; un curioso con ganas de aprender. 

Sin embargo hoy, como decía, veo el principio. He retrocedido hasta el origen; la raíz del absurdo y la paradoja. Aquel lugar de donde partí ayer mismo, en una fecha olvidada de mi pasado. Y estoy agotado de intentar destilarme, de inmiscuirme en la construcción de mi personalidad, cuando eso debería ser potestad de algún dios progenitor. Cansado de luchar contra las contradicciones alternantes de mi ego: Hoy superhombre, mañana un cobarde, luego la calma y la reconciliación; pero siempre fugaces. 

En días así, ella convulsiona y aporrea las paredes internas del Yo. Ante el eco sordo de sus golpes me confundo; me da por huir. Escapar de esa personificación de la conciencia que escruta mis actos, mis anhelos y mis miedos. Que se dirige a mí con una disposición tajante pero cálida, con un porte tan soberbio que desinfla cualquier conato de presunción por mi parte. 
Y, actualmente, el estado precario de mis convicciones, se confabula con el delirio de renegar de mi condición de persona normal. Razón primordial y suficiente para que ella intensifique su celo. 

La vuelta a casa se convierte en una precipitada pero contenida carrera. No soy capaz de dirigirme a nadie ni de dirigir mis pasos; pero tengo la necesidad de llenarme de luz y de aire; de horizontes, y del misterio sugestivo del resplandor del Oeste. Por eso decido detenerme, y mientras me cobijo entre unos árboles para anestesiarme con lo último que me queda de las sustancias, aspiro paz. Bocanadas de ensueños donde retomo las metas marcadas. Me tomo un tiempo para escuchar lo que me rodea y para apartar el eco de las llamadas de ella. Mi voz más profunda. 

«Descansa ahora genio mío, que no es tarde todavía para conversar. La noche es larga y la espero llena de actividad. Luego hablamos; ahora prefiero contemplar…»

viernes, 25 de febrero de 2011

Ayuda humanitaria



Estoy convencido de que con personas como l@s valientes que trabajan para y por las organizaciones humanitarias, el mundo tiene todavía alguna posibilidad. Esperanza de cambio a mejor: Un cambio que por pequeño que sea, será decisivo. 

El estado del Tercer Mundo es indignante; pero no desmerece la dramática situación que vivimos los "ricos" occidentales, donde, por el camino que nos están forzando a tomar, cada vez nos acercamos más a tiempos en los que buscar el sustento diario será la única actividad que nos podremos permitir. Condiciones que nos retrotraen al siglo XIX, pero con la diferencia de que ahora, la fractura entre ricos y pobres es mucho más pronunciada. 

No tengo las ideas del todo claras sobre lo que es correcto, en lo que a ayudar se refiere. Iniciativas como la que nos muestran estos grupos de ayuda son imprescindibles. Aunque no se si es del todo justo que la clase trabajadora, con sus escasos medios, sea la que financie tales proyectos.

Siempre somos l@s más desfavorecid@s l@s que cargamos con la responsabilidad de sostener el sistema, paliar las injusticias financieras con nuestro trabajo —o la falta crónica de él, resignándonos, cada vez más, a aceptar condiciones miserables para poder subsistir—, procurar que los semejantes tengan lo mínimo para poder vivir dignamente a base de donativos. Mientras, el dinero que fluye torrencialmente por las cuentas de unos pocos delincuentes, incluidos nuestros representantes, sólo sirve para crear poder y mantener la situación de pobreza e indignidad que se vive en el mundo entero, incluso cerca de nuestras casas; en nuestras propias calles y vecindarios.

La paliación de los síntomas de una enfermedad es aconsejable, pues aumenta el bienestar del paciente y le da fuerzas para enfrentarse a la curación total; por eso existen los analgésicos y todo tipo de sustancias que enmascaran el foco de la enfermedad. Pero lo indicado es incidir en la raíz del problema hasta que sea eliminado por completo. No debemos usar los calmantes como único remedio, o el trastorno resurgirá, además, con más virulencia.

Considero que es humano, cívico, moralmente deseable que nos ayudemos entre tod@s. Pero al mismo tiempo creo que la lucha principal está en el derrocamiento de esos poderes esclavizadores que procuran que la situación mantenga el rumbo actual: Cada día más desigualdad, y la certeza de que "ellos" seguirán controlando nuestras vidas; con el único  fin de ser más y más poderosos. Quizá las revueltas del l@s ciudadan@s árabes (y ahora en varios países europeos) a las que sesgadamente estamos asistiendo —los medios de comunicación, controlados por dichos poderes, no lo cuentan como deberían—, sean el comienzo esperado de la revolución, de la pugna por recuperar nuestros derechos olvidados.

El foco de la dolencia del mundo está en las cúpulas, y allí debemos dirigir nuestros máximos esfuerzos. Los donativos, las aportaciones, las ayudas son necesarias sobretodo para que la política sea más propia y cercana a los ciudadan@s, y la encargada de solventar tanta desigualdad.

Cada uno es libre de destinar su impulso allí donde crea necesario, ya que cualquier acto de solidaridad es indispensable, pero entiendo que no deberíamos conformarnos con el esfuerzo, aunque es enorme, de las organizaciones humanitarias, que sin su aportación la realidad de las personas del tercer mundo sería, si cabe, aun peor. Es igualmente, o más necesario, que nuestras iniciativas de conciencia y de acto se dirijan a solucionar, en cada lugar del mundo, los problemas sociales más directos y cercanos.

L@s más aptos de solventar el estado demencial político y económico de sus comunidades parece que seamos l@s occidentales —cosa que es harto inexacta, pues nos hemos acostumbrado al consumo y al sueño de alcanzar el bienestar burgués—, pero no podemos despreciar la capacidad de los pueblos sometidos del Tercer Mundo. El hambre y la miseria provocan la indignación y la ira; que llevan gestándose durante generaciones. Nuestra más directa responsabilidad para con ellos sería dar ejemplo con la lucha pacífica, con la no aceptación de las condiciones que hemos creado entre todos, por la falta de compromiso social, en nuestros países. Ejemplo, con el destronamiento de los poderes financieros que sojuzgan a pueblos y líderes políticos de un sistema, que nos está engullendo mientras pensamos en mantener y aumentar nuestros exiguos privilegios. Ejemplo, aceptando una manera de vivir y convivir más frugal, más justa y de acuerdo con las capacidades reales del planeta; que son limitadas.

Admiro a l@s voluntari@s que dedican parte de sus vidas y de su dinero para ir a África, Asia, a Sudamérica, etc., para mejorar la calidad de vida de las gentes que viven en esos lugares. Pero también valoro a l@s que su compromiso está al pie de la calle, con sus vecin@s, conformando agrupaciones y plataformas reivindicativas, buscando nuestra pequeña aportación —económica o ideológica— para combatir los desmanes ecológicos en sus campos y para sensibilizar a la gente en contra de aquell@s que creen y fomentan el pensamiento único, impuesto con sus medios de comunicación, y  mantenido con nuestra connivencia ciega.

Escurrir el bulto mientras damos la imagen de comprometidos, usar la caridad como instrumento lavador de culpas. Apabullarnos con la inmensa oferta de ONGS y a la postre no hacer nada. Creernos solidarios por naturaleza, cuando luego no somos capaces ni de reciclar la basura o apagar la tele cuando no la vemos, etc., son actitudes demasiado comunes. Nos invitan a donar; lo hacemos, y en la mayor parte de los casos, intuyo, nos quedamos satisfech@s. Seguimos dad@s la vuelta y no miramos lo que hay detrás de los setos de la valla del chalet que acabamos de comprar, encadenándonos de por vida a un banco que con nuestro dinero especula y promueve la desigualdad.

No sé exactamente que es lo apropiado. Ya digo, respeto a esa gente llena de coraje que meta la mano en el lodo para sacar de allí a los necesitados. Pero he decidido emplear mis energías —económicas e ideológicas—, las que dedico a estos temas que en definitiva rigen nuestros destinos, en ayudar a construir una base política decente.

Para mí, aún, es el único camino pacífico; con capacidad de encontrar lo justo. El único camino transitable:

Política:

7. f. Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados.
9. f. Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo.
10. f. Cortesía y buen modo de portarse.
11. f. Arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado.




lunes, 14 de febrero de 2011

La Espiral 4

Cuando el amanecer invade la estancia ya tengo asumido que no me voy a levantar. Esa disposición necesaria para encarar lo cotidiano, ese flujo de energía activadora que algunas personas poseen; yo no lo disfruto. Más bien, en mi caso, es un reflujo. Una sensación extraña que me posiciona en un lugar del ayer que todavía no he surcado. Nostalgia de tiempos no vividos. 


¿Cómo puedo despreciar lo venidero con la impresión de que ya todo es fútil? ¿Cuál es la justificación que le lava las culpas a mi pereza existencial? 


Los propósitos de enmienda que continuamente proyecto me trastornan. A trompicones alcanzo ciertas metas que analizadas posteriormente no me satisfacen. A causa de esto, mi transcurrir por la vida está jalonado de múltiples penitencias que me impongo para el futuro, cercano o a medio plazo, con el firme empeño de mejorar mi relación con el mundo, con los demás, conmigo mismo y con el trabajo que elegí; al que estimo intensamente. 


Estas pequeñas tentativas suelen consistir en teatralizaciones pueriles del verdadero esfuerzo que debería afrontar: Se quedan en nada por olvido, o no cumplo a rajatabla lo estipulado, o cambio de parecer cuando, asustado por el trabajo que me espera, veo acercarse el momento del deber. 


El caso es que, por acumulación, mi subconsciente registra un sin fin de pequeños sacrificios que, con ayuda de la falibilidad de la memoria humana, asimila como algo compacto, con límites claros y distintos; un núcleo magmático que desde el corazón de mis experiencias emocionales, me presenta el pasado como una lucha sobrellevada con denuedo y dedicación, con responsabilidad y comprometido con las valores más elevados. Nada más equívoco. 

«Cuanto más me apresuro en comprender, más se oculta el significado de lo que busco. Es inútil levantarse con ganas de mejorar nada que no haya ya intentado». 

Qué a mano están siempre que la conciencia del bien y el mal oscila, esas fantásticas sustancias del consuelo que habitualmente (ya me ocupo yo, con método, de reponerlas) se esparcen por la mesa, cerca del catre que tengo por sofá. ¡Qué cómodo es dejarse seducir por esas tonalidades tan evocadoras: granate, esmeralda, ámbar, café…! 

Después de mirar repetidamente el reloj, al techo, mis pies que asoman indolentes bajo la manta; de mirarme dentro buscando no sé qué clase de estímulo ineludible para decidir si me levanto; giro mi cuerpo hacia el respaldo y caigo en un letargo lúcido. Nubes enmarañadas y jirones de nebulosa cruzan por el espacio oscurecido que se haya entre mis ojos y los párpados cerrados. Caigo; resbalo literalmente por una pendiente helicoidal que se va formando según me adentro en el abismo de mis pensamientos. Ya no veo más que un haz luminoso de bordes difusos que absorbe toda mi atención. 

Es el entorno vaporoso de una idea. La materialización fantasmagórica de un concepto, al que he rescatado del resto de las especulaciones arremolinadas que giran entorno a mis capacidades psíquicas. Idea que deviene en convicción. Una fugaz certeza que atrapo y mantengo con fuerza para no olvidarla, pero que luego se resbala de mi mente y me sobresalta; me introduce súbitamente en la vigilia febril. Provoca en mí el deseo de consuelo: Sustancias.

Ya tengo un pretexto para no incorporarme al transcurrir de las rutinas, en la espiral de la vida corriente, de las personas corrientes, de todos esos seres capaces de sacar un provecho claro de sus estériles esfuerzos. Una coartada que me posiciona en un lugar distinto de donde se produjo el crimen de ser alguien común.

«¿Qué lección de humildad me darás ahora que me sostengo en el consuelo hipnótico de la ambrosía de los inconformistas; el elixir de los indolentes? Estos néctares me vigorizan, me preparan para afrontar los retos futuros. ¡Para llegar a convertirme en un héroe vulgar!» 


Pero ella siempre escucha; siempre responde. Siempre acierta.