lunes, 25 de abril de 2011

Carta a un compañero

Creo que todo gira y recula hasta el comienzo. Un retorno visceral y emocional a tiempos vividos y aparcados en la memoria más abismal, que sin conciencia clara, afloran en recuerdos súbitos; nos enlazan con antiguos sueños: metas no conquistadas.Y en algunos casos más perturbadores, con miedos enquistados que no reconocemos por haberlos tapado con el día a día, con el trabajo y su rutina, pero que resurgen explosionando, conmocionan tu estabilidad, y se instalan en tus devaneos como un virus informático.

Un día de estos, rebuscando en mis cajones, topé con un mini Marshall que tengo desde los tiempos de La Nave, y un remolino de sensaciones me barrió por dentro: Nostalgia de una época que no viví plenamente y que ahora añoro como algo irrepetible. Las imágenes que me quedaron grabadas, son ahora pequeñas perlas que me hacen comprender lo importante que es enfrentarse con los designios que te marcas de una manera completa, venciendo cualquier tipo de impedimento, veleidad o pereza, pues, como me repetían mis mayores, el tiempo pasa y luego ya no hay lugar más que para lamentos.

Efectivamente, desde entonces no he parado de esconderme de mis anhelos. Construcciones oníricas, ensueños, más tarde potenciados por el cannabis, que se han ido esfumando por esquivar la responsabilidad de aceptar mis carencias, por la torpeza de no airear mis limitaciones. Por infatuar una imagen, que luego se ha revuelto necesariamente contra mí. Es cierto que siento pasión por la guitarra, que disfruto tocando. También es verdad que poseo cierto talento. Pero lo más certero es que siempre he mezclado la falta de arrojo con la pereza; un coctel muy inestable para transportar en el viaje que emprendí al decidir ser músico profesional.

Hubo un tiempo, hasta hace no mucho, que lo que buscaba era cierto tipo de éxito, que podría haber surgido de un proyecto personal, compartido o debido a mis habilidades; pero los proyectos propios no nacen sin esfuerzo, los conjuntos no funcionaron; y mis mañas necesitaban mucho trabajo, pues mi talento innato no es de genio. Aun así, seguí, y continuo, luchando por encontrar mi hueco en el mundo (musical y vivencial).

De todas esas perlas del pasado (“Nunca sabes el pasado que te espera”), me vino a la memoria, al magín como dirían en mi pueblo, una conversación que tuvimos en tu local, el de la planta de arriba de La Nave, sobre la profesión de músico: Yo acarreaba una incipiente aflicción (que con el tiempo se ha ido convirtiendo en frustración), que me provocaba una melancolía casi modal, pero que era más bien alterada, que se infiltraba en mis opiniones y valores y me hacía confundir aún más mis metas: La realidad de mi fin como músico. 

“Eres un buen artesano”, me repetía mi padre, y yo, desoyéndole, coreaba, “soy artista”

Si hubiera aprendido de chico a aceptar mi verdadero talento (¿Enseñar quizás, ser profesor? Lo cual rechazaba con todas mi fuerzas. Yo quería ser un guitar hero), no te escribiría esto. Te contaría quizá algo más acorde a lo que la mayoría buscamos: Una vida de realizaciones.

Una conversación, venía diciendo, en la que tú me trasmitiste una lección de humildad y gratitud hacia la vida que siempre ha rondado por las esquinas de mi conciencia: “A mi me gusta tocar la guitarra y ser músico. Estoy contento por poder ganarme la vida con ello”.

Pues bien, eso es lo que ahora tengo. Soy un “fontanero de la música”, como yo digo. Un artesano y no, todavía, un “artista”—peligrosa palabra. Alguien mañoso, pero no genial (y qué importa ¿verdad?), que se gana la vida con lo que mejor sabe hacer: Tocar la guitarra. Un personaje enamorado de sus sueños y encariñado con el instrumento que los podría hacer realidad. Una persona que después de tumbos, errores y aciertos ha llegado a un punto en el que lo más importante es construir algo que no sólo sirva para hinchar el ego, sino para ayudar en alguna medida a que la gente que te rodea, sea un poco más feliz.

Alguien que habiendo perdido el rumbo a retornado al origen y ha recuperado la vereda adecuada; la senda que abandoné arrastrado por no se que clase de espejismos (humos y brillos), que dieron al traste con mi relación, mis amigos, mis capacidades, mis futuros… Y que ahora, después de una corta pero intensa pesadilla, ha abierto los ojos a una realidad de acuerdo con sus valores más originales y puros.

¿Cuál es la intención de esta desnudez, este torrente de intimidades que parece una confesión? No es fácil pedir ayuda. Involucras al interpelado en algo incómodo que no se sabe convenientemente si se podrá aceptar, o si bien, con ciertos reparos. Y si no se desea o puede ofrecer ayuda, la cosa se complica. Pedir es un acto de humildad que, por lo demás, deja translucir tu más fiel imagen. En casos de necesidad, uno echa mano de lo mejor que tiene.

En mi caso, lo que busco es, como ya he dicho, encontrar un hueco en el espacio creativo. Ahora mismo mi economía es frugal, pero tengo trabajo, y mi situación sentimental es estable (llevo con la misma mujer 14 años. También la perdí por mis soberbias, pero lo hemos retomado con éxito), circunstancia que me permite vivir al día, pero con cierta estabilidad.

Lo que he rescatado, es la pasión por la guitarra, las ganas de involucrarme en cosas interesantes, de componer y crear en equipo. De tocar por placer sin el agobio de ser “alguien”, sino yo mismo…

Pero nunca se me ha dado bien eso de las relaciones, el intercambio frívolo de ideas y chanzas en bares y lugares estratégicos para conseguir trabajo. No me sé vender; y cada día me gusta menos. Prefiero dejar que las cosas surjan por el camino, y entonces acogerlas con ganas, pues me siento con fuerzas para superar los miedos que puedan atenazarme, ya que lo que busco no es triunfo, sino trabajo con amigos e iguales.

Hasta aquí lo que necesitaba decir. Espero que en adelante, lo que podamos charlar, si nos vemos, sea más divertido, y menos ceremonioso. Abrazos.






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