martes, 16 de agosto de 2011

A los radicales de izquierda


Es la primera vez que hablo de mis impresiones, hace poco que conozco vuestra tendencia (grupos radicales de izquierda contrarios al 15-M) y me he tomado un tiempo. Me cuesta creer ciertas cosas, como por ejemplo que con radicalismos se puedan conseguir avances que sean justos y duraderos. Las cosas inflexibles se fracturan. 


Tampoco veo claro que la lucha popular sea exclusiva de una clase. Sobretodo, cuando dicha clase es difícil de delimitar. La sociedad hoy en día es más compleja que a comienzos del siglo XX. En la actualidad no existe la misma unión y conciencia entre trabajadores y trabajadoras, porque se han descentralizado las cadenas de producción. El desarrollo de la tecnología y la informática ha diseminado los colectivos profesionales y con ellos su capacidad sindical y de concienciación revolucionaria. Colectivos que se dedican cada vez más al sector servicios que a la manufactura de productos y, consecuentemente, se imbuyen en la cultura del consumo y el ocio improductivo y adocenante. Así, la conciencia de clase se ha diluido; es irreal comparar la situación laboral y social actual con periodos pasados.


La capacidad de acceso a la información es un arma de doble filo, enseña pero también desinforma: El bombardeo de noticias, artículos, ideas, etc. que se vierte en los medios y en la red puede provocar un efecto rebote y distraer la atención del foco principal de problemas, mientra nos mantiene ocupados en luchas estériles.


Creo que es importante, como me dijo un compañero de izquierda, no confundir conspiranoia con “vigilancia revolucionaria”; pero es más necesario aun comprender que no se puede anteponer la ideología a las necesidades de convivencia, y al uso amable y útil de la capacidad de comprensión y de consenso entre partes. Nada ni nadie está en posesión de la verdad absoluta ni de las claves para encontrarla.


Esto me lleva a preguntarme porqué es preciso considerar al proletariado como único poseedor de razones para la revolución social. Existe otra clase social más damnificada y marginada: el subproletariado (el “lumpenproletariat” de Marx ), que desborda en cantidad y cualidad la situación precaria de las personas que tenemos acceso inseguro al empleo. Esa masa social, que no se la consideraba digna de formar parte de la revolución, conforma el objetivo primordial de la justicia social y a él van dirigidas la mayor parte de las iniciativas de mejora de condiciones de vida en el planeta.


El Tercer Mundo está en occidente; El Cuarto Mundo existe; en nuestras calles, en los entresijos de la sociedad occidental. Y el proletariado, las obrera y obreros que reclaman mejoras sociales, corre peligro de entrar a formar parte de ese colectivo miserable que nos pide ayudas en las esquinas. El mismo riesgo que corre la clase media, que poco a poco va engrosando las filas de la llamada “pobreza limpia”.


Además está la condición humana. Aspecto dudoso a mi entender, ya que la evolución del ser humano es sobretodo cultural. La biología es desbancada por la evolución social. Evolución que nos ha llevado a ser lo que somos, una raza cada vez más globalizada y difuminada por el imperativo económico: La mayor parte del acervo que compartimos y manejamos cotidianamente se ha inculcado desde la Segunda Guerra Mundial. Por mucho que nos creamos a salvo de influencias…”Nadie es más esclavo que aquel que falsamente se cree libre”. 


Tenemos arraigados procesos psicológicos, emocionales y sociales subconscientes que son muy difíciles de desmontar. Por mucho que sepamos historia o teoría política. 


Se critica al que posee dinero y poder, al que despilfarra, al que explota o sojuzga. Al insolidario, individualista e indolente. Menos mal. Pero, ¿quién puede asegurar que el proletario; el obrero, campesino o soldado, en su fuero interno, no aspira a alcanzar todo aquello que dice despreciar?


¿Hay izquierdistas que son machistas y egoístas en su vida privada? ¿Existen asalariados humildes que consumen sin medida productos “burgueses”, móviles, coches, aires acondicionados, ocio fácil, etc.? ¿Se puede disociar la personalidad y la vida privada de las convicciones políticas?


¿Cuenta lo que se es como persona, o sólo lo que se reivindica como grupo ideológico? ¿Interfieren los dos campos? Y si no fuera así, ¿es ético o moralmente apropiado no predicar con el ejemplo?


Estoy convencido de que siempre se nos escapa algo positivo cuando se rechaza sin tregua una postura que no se comparte totalmente. Cuando nos consideramos depositarios de una verdad que ni siquiera hemos visto nacer, herencia del pasado; y la utilizamos de manera incuestionable para rechazar cualquier matiz disconforme. Cuando juzgamos injusticias ajenas como exclusivas de los demás.


Por eso quiero confiar en que los acontecimientos emocionantes que estamos viviendo y el movimiento en desarrollo que vamos fundando a base de aciertos, errores y bloqueos que se irán liberando, tendrá una vida fructuosa y de final justo; gracias al esfuerzo, compromiso e ilusión de todas las individualidades personales y de grupo que formamos esta revolución pacífica.


Saludos. Un músico.

viernes, 12 de agosto de 2011

Después de 1984

Acabo de terminar 1984. Tengo sensaciones encontradas, mi capacidad intelectiva desvaría; quizá el "doblepensar" de la distopía de Orwell se ha instalado en mi conciencia.

Hoy es un día funesto para mi esperanza, por más que proyecto luz en mi disposición, el estado de ánimo que soporto me infunde pensamientos derrotistas: No veo salida.

No hay más que referencias desasosegantes, noticias que hablan de censura, abuso y parcialidad.

Las bolsas se desploman, las élites sacan tajada, la curia se escabulle tras su velo de santidad, la gente se abrasa de calor, las revueltas propician el vandalismo, la democracia de vacaciones… La gente sencilla no puede reciclar tanto despropósito y mete la cabeza en la arena de la playa para huir, aunque sea quince días, de la realidad que nos están fabricando las oligarquías.

Si analizo mi valentía o mi cordura desde este estado, o mi capacidad de lucha y mi habilidad para adaptarme a los períodos de dificultad, sólo cabe deducir la debilidad espiritual y el miedo al fracaso y al dolor que en situaciones extremas, probablemente, me invadirían; me inmovilizarían:

El arrojo que gasto en foros y redes es papel mojado… No lo puedo demostrar; a lo mejor en un instante decisivo mis más desconocidas facultades lograrían transformar todo lo negativo de mi personalidad en una fuerza arrolladora; y así me enfrentaría a cualquier vicisitud. Pero conozco mis debilidades; sé que no confío excesivamente en el ser humano, y menos en su desapego por la vida en momentos en los que la supervivencia exacerba el egoísmo innato y antepone el bien propio al ajeno. La solidaridad de concepto es fácil de arrogar y defender.

Los pensamientos solapados que me angustian son dispares y suelen ser de signo variable. Unos me aseguran que la humanidad sabrá zafarse de la oscuridad que se cierne sobre ella al final del camino que tomó. Otros invalidan cualquier argumento racionalizado que se base en falsas certidumbres, demuestran la falacia del Estado de Bienestar y la absoluta ausencia de apego e interés en las masas por la unión y el reparto de responsabilidades.

La carencia de medios de la mayor parte de la población del planeta para satisfacer las necesidades básicas para subsistir, la impunidad con que las élites se reservan los recursos naturales y económicos y la mendacidad e incapacidad de los políticos en su tarea para regular e impartir justicia, está provocando dos consecuencias: La rabia contenida que se acumula y resopla por las fisuras de la capa social más desfavorecida (la clase media está desintegrándose y permutando en” pobreza limpia”) amenaza con destruir el sistema establecido con violenta y desmesurada reacción, una vez que las manifestaciones pacíficas se consideren insuficientes al ser minimizadas con desdén por los gobiernos y mercados; o como alternativa, el conjunto de las clases sociales desposeídas, desesperadas y abatidas, sin ninguna opción al alcance de su imaginación más combativa, se degrada y humilla; se doblega y aviene a los imperativos de esclavitud, censura y escasez.

Quiero —y quizá pueda— confiar. Ansío el despertar de la cordura y su establecimiento efectivo. Necesito pensar que el desinterés por los demás, la competencia salvaje entre débiles y la huida hacia delante de los poderes universales para manejarnos a su antojo desde la distancia, no serán el residuo que quede después de vaciar la cuba de las opciones cabales.

Hoy tengo miedo al futuro. El mañana no lo conozco.



«Si hay alguna esperanza está en los "proles"...Mientras no tengan conciencia de su fuerza no se rebelarán, y hasta después de haberse rebelado no serán conscientes. Éste es el problema.» 1984-G. Orwell.