miércoles, 18 de julio de 2012

El científico, su hijita y el mundo





El otro día oí un cuento y lo he transcrito con mis palabras:


«Un científico empecinado, enfrascado en su trabajo hasta el agotamiento con el fin de descubrir la fórmula magistral que acabaría con la injusticia en el mundo, escucha como su hijita pequeña llama a la puerta del laboratorio después de varios días de esperar a que saliera. Necesita de él y echa en falta jugar con su padre, que parece tan ausente y distante que empieza a creer que ya no la quiere.


El científico/padre, ante la insistencia de la niña reclamando su atención, abandona su trabajo con impaciencia por volver a concentrarse en su apremiante tarea —el mundo necesita cuanto antes que descubra lo que busca, piensa él.


La niña al ver que sale, le recibe con una sonrisa enternecedora y el científico olvida por un instante sus empeños. En el profundo mar de los ojos de su hija advierte la felicidad misma y un fogonazo de intuición le conmueve profundamente…


A pesar de ello, el científico siente el pellizco de la impaciencia y se le ocurre dar a su hija un quehacer pasajero para que le libere de su responsabilidad de progenitor un momento más, pues la humanidad espera sus hallazgos, y es imprescindible que la sociedad cambie: Su hija, sus seres queridos y todas las personas honradas de este mundo precisan de su fórmula.


Busca una revista y arranca su portada; en ella figura la foto del planeta azul donde vivimos. La recorta en pedacitos a la manera de un tosco puzzle y revuelve las piezas. Se las entrega a la niña y le pide que recomponga la foto del mundo. Él sabe que por ser tan pequeña no ha visto todavía ninguna foto del planeta, y por eso le llevará un buen rato ordenar las piezas; si es que lo consigue.


La niña se va ilusionada mientras el padre se abstrae de nuevo en su búsqueda frenética. Cuando por fin se pone la pequeña a ordenar las piezas, y descubre que no conoce el mundo…


Al momento la niña vuelve y toca la puerta con entusiasmo. El científico contrariado por la rapidez de su regreso, sale y la ve con el puzzle completamente acabado: la foto del mundo restaurada con exactitud.


El científico/padre asombrado por la facilidad con que su hija ha ordenado las piezas, le pregunta a la niña cómo ha sido capaz de resolver el rompecabezas, si antes no había visto nunca una imagen del mundo. Ella, con una sonrisa en los ojos y emocionada, le contesta que en la parte de atrás de los pedacitos de la foto del mundo creyó reconocer la imagen de un hombre, y como ella sí conoce bien esa figura, lo que hizo entusiasmada fue arreglar la foto del hombre; y así consiguió arreglar el mundo.


El padre/científico, al escuchar tal razonamiento, paró de trabajar asombrado y conmovido para reflexionar en la sencillez de la solución de su hija; y por las implicaciones que resultaron, por tanto, con su búsqueda.»









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