miércoles, 27 de julio de 2016

No solicitado

Me recuerdo con 21 años emocionado con la guitarra y con el significado profundo que yo le atribuía al mundo que, a través de ella, me esperaba con los brazos abiertos.

Quizá no soy un guitarrista solicitado porque ser un profesional de la música no es lo que imaginaba de mí mismo, en los primeros años, cuando la pasión por tocar era como un torrente caliente que inundaba mis emociones y, literalmente, golpeaba las paredes interiores de mis órganos nobles (aquí cada cual tiene una escala de valores).
Me pintaba triunfando como una estrella transnacional, retratado en las bonitas y llamativas portadas de los LPs y revistas del ramo. La idea de profesión apareció súbita, mientras comenzaba a estudiar música y guitarra.
Me apunté a la academia, ahora lo sé, primero por un afán naif y sincero por aprender lo que no lograba descubrir por mí mismo —nunca he sido un gran autodidacta—; y segundo, porque no había otra manera de tener una guitarra eléctrica en mis manos con un ampli con distorsión que pudiera enchufar al menos un rato a la semana.

De tal manera entendía aquel juego que me prometí a mi mismo que si los 24 no llegaba a tocar como alguno de mis ídolos, guitar héroes de los 80's,  que por entonces gracias a ellos me había convertido en un fan enloquecido de las seis cuerdas y la distorsión; lo dejaría automáticamente para dedicarme a otra cosa.

Por supuesto, la alternativa de acabar de profesor de guitarra hubiera significado, desde el entender soberbio y casi adolescente que por entonces me gastaba, un fracaso rotundo.

Jejeje cosas de la vida, ¿no?

Por circunstancias graciosas pero poco saludables aprendía cada vez más, pero de manera caótica, y según mejoraba como guitarrista la confianza en mi mismo menguaba, y, por tanto, lo achacaba a la falta de conocimiento. La espiral del esfuerzo mal gestionado y el cambio de perspectivas se naturalizó... Mientras, lo que imaginaba para mi futuro cercano  (ser un Guitar Hero) seguía pintado como un fresco en la bóveda de mi memoria: Mirar pero no tocar.
Imagen de mi primer y único LP
Con el andar y el practicar a mi manera peculiar, perezosa y emocionada todavía ansiosa y reconfortante a veces, he llegado a ser un buen artesano, creo, pero no muy rentable.
Un profesional poco rentable quizá porque esa pintura maravillosa y ensoñadora que tamizaba mi visión futura, hubo un tiempo que estuvo bajo una capa de llana nueva (esta profesión de ser músico). Una capa de yeso que por ese período me permitió centrar mi objetivo en ganarme la vida más o menos fácilmente tocando otras músicas de otras personas para otras gentes. Una capa que, por la actividad molecular incesante de la pintura original, que se mantuvo oculta pero no destruida, ni duró ni captó mi entusiasmo, y se acabó resquebrajando.
Muy poco a poco, lasca por lasca, el yeso cae y los colores se dejan admirar de nuevo; y aunque ya no soy el mismo chaval impetuoso, perezoso y emocionado... sí lo soy de otra manera, quizás más apropiada pues me permite confiar más en lo bueno que imagino, y casi ya, desenmascarar a los delirios.
La conclusión sosegada que ha enraizado y que crece hermosa en mi ánimo, es que no soy un guitarrista solicitado porque nunca quise realmente ser un profesional de la guitarra. Soñaba con formar parte de una banda y vivir de nuestra música.
La preparación y estudio de estos años era para ese fin. Ser un «pro» fue un bonito delirio, una excusa pragmática, una razón para dejar los estudios convencionales y aplacar las rabias propias y de familia. Realmente no me he sentido nunca en calma, ni bien recibido, en la lucha y reparto que se genera en nuestro gremio.
Soy guitarrista y músico por ese sueño primordial y emocionante, lo demás han sido circunstancias que me han permitido vivir bien (normalito) para seguir admirando mi querida pintura, hasta hoy. Con una diferencia:
Ahora me gano la paga como «artesano-profesor» y sí puedo tocar; no solo mirar...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los humanos (injustamente autodenominados "sapiens sapiens") tendemos a justificarnos para poder continuar con la visión complaciente de la persona que llevamos dentro. Es duro admitir que uno no es perfecto, es más fácil culpar a otros. ¿Se puede vivir sabiendo que no eres ese que crees ser? El primer paso para corregir un error es verlo, reconocerlo. El primer paso para mejorar es saberte imperfecto, reconocer tus errores, generalmente soportados por la desidia, la pereza, y el conformismo. Es duro reconocerse imperfecto, y todavía más duro luchar contra uno mismo para corregir esas imperfecciones. ¡Suerte!

Publicar un comentario